«Tenía una lombriz en el estómago; lo devoraba todo a su paso», recuerda el entrenador que brindó la alternativa al Flaco hace 25 años.
Pacuco Rosales fue el responsable técnico de la UD Las Palmas que aquel 21 de septiembre de 1995 le brindó a Juan Carlos Valerón la oportunidad de realizar su estreno como futbolista profesional. Era partido de Copa frente al Mensajero, en Santa Cruz de La Palma, y esa alternativa se produjo como relevo de Paquito Ortiz en el encuentro del Silvestre Carrillo.
«Sólo le dije que saliera al campo y se olvidara de todo. Que jugara como él sabía, que no se preocupara de los rivales, del público o de nada. En realidad, nadie le metió presión y el partido se dio para que pudiera jugar algunos minutos», recuerda 25 años después Pacuco para los lectores de Tinta Amarilla. «Jugó sencillo. Hizo lo le pedimos».
Con el tiempo, admite Rosales que nunca imaginó la trayectoria futbolística que iba a describir el centrocampista de Arguineguín. «Sabíamos bien sus cualidades técnicas. Y que podría ser un gran futbolista. Pero en aquel momento no se nos pasó por la cabeza todo lo que iba a lograr. Valerón fue capaz de sorprendernos, superándose con el paso del tiempo. Y aprendiendo de todos. Ese fue nuestro propósito inicial cuando le dimos la oportunidad».
La anécdota de la primera vez
Pero ese no fue el inicio de la relación de Juan Carlos con el entrenador que iba a llevar en 1996 a la UD Las Palmas a la Segunda División. Rosales repasa aquella etapa inicial, que tuvo un primer escenario en Telde. «Fue en un partido de Tercera. Juan Manuel Rodríguez dirigía al Arguineguín y yo, al Telde. Durante el partido, sale aquel chiquillo flaco al que Juan Manuel le dio unas instrucciones. Fue la primera vez que vi a Valerón. Y entonces pensé: ¿Dónde va éste con los jugadores que hay en el campo?. Sin embargo, cuando tocó el balón e hizo un par de filigranas a mis jugadores, entonces me preocupé».
Se jugaban mucho los equipos y Pacuco reaccionó con una sorprendente orden. «Le dije a Juan Román: «cuidado, estállalo desde que puedas». Y se lo tomó al pie de la letra. En otra jugada lanzó a Valerón contra una valla … y se formó. Juan Manuel nos dijo de todo. Lo entiendo; físicamente era poca cosa en el campo. Ahora, desde la distancia, lo recuerdo como una anécdota, pero desde el primer minuto que lo vimos Juan Carlos ya apuntaba manera».
Pacuco pasó por el Mensajero, en una campaña exitosa del equipo palmero en Segunda B, antes de incorporarse al proyecto de la UD Las Palmas. Allí ya estaban los hermanos Valerón, con Miguel Angel entre los profesionales y Juan Carlos con la batuta de un notable equipo filial.
«Juan Carlos se entrenaba con nosotros y estábamos viendo la oportunidad que nos pudiera brindar el calendario para hacer un hueco en el equipo. Salió ese primer día en la Copa, pero durante la temporada disputó encuentros muy importantes. Cada día era mejor, aprendiendo de jugadores que se dieron cuenta también de la calidad que ya tenía», reflexiona Rosales.
Tenía una lombriz en el estómago
Rosales describe aquel Juan Carlos Valerón de 20 años de edad, que había cosechado recientemente su primer éxito deportivo como campeón de la Copa Federación (Las Palmas Atlético). «Era un chico tímido. No hablaba, pocos conocían su voz. Desde entonces, al tratar con él te dabas cuenta que no tenía rencores. Una bellísima persona. Yo siempre digo que tanto Paquito Ortiz como Juan Carlos son los yernos idóneos que cualquier persona podría tener. Los dos tienen el mismo perfil, con mucha calidad humana. Con el paso de los años ha ido perdiendo su timidez, pero no la esencia de su persona».
Al margen de lo futbolístico, Pacuco descubrió la otra ‘habilidad’ de Juan Carlos que no tenía proporción con su físico esbelto aunque delgado. «Nos engañaba: era una lima. Teníamos por costumbre que las multas internas de la plantilla cubrieran los desayunos del equipo. Y en la zona del masajista, el utillero Paquito Mayor colocaba lo que él se encargaba de comprar para todos desayunar después de los entrenamientos. Una de las camillas la utilizaba Ernesto Aparicio (entonces masajista del equipo). La otra, con el desayuno».
Pero el Flaco no hacía honor a su apodo. «Juan Carlos se ponía en una de las esquinas y comenzaba a comer. Al poco tiempo tenía su zona desabastecida. Cuando los demás compañeros ya habían terminado, él seguía. Era una lima; debía tener una lombriz en el estómago, insaciable. Le teníamos que decir que parara … porque todo lo devoraba a su paso. Y lo curioso es que no engordaba un gramo».
El debut, la consagración en Segunda B y el estreno en Segunda A. Todo ello pasó en aquella primera etapa de Valerón como jugador amarillo y con Pacuco Rosales en el banquillo de la UD Las Palmas. «Sabíamos que era buen jugador, distinto, pero no tanto como luego demostró». Una confesión que decora el inicio de una de las carreras profesionales más brillantes del fútbol canario.
«Y quienes lo conocimos entonces nos sorprendemos al ver que hoy sigue siendo el mismo humilde Valerón», concluye. «Eso nunca cambió».
Manuel Borrego – Tinta Amarilla
Foto: Tinta Amarilla