Ni mis padres saben lo que pasó aquella noche. Encerrado con llave en mi habitación con una foto de mi abuelo, del Dépor hasta el tuétano. Nos había dejado poco antes y sin tiempo para compartir todo lo que hubiese querido. Ese momento no nos lo quitará nadie. Pandiani, Valerón, Luque y Fran. Mi abuelo y yo. Los milagros existen.
Aquello fue una demostración de que el talento siempre encuentra la manera de someter a las tiranías. De entre todos yo vivía dentro del más Flaco, pero ya de antes. Mi primera vez fue cuando él pesaba cincuenta kilos los días de lluvia. Yo siempre puntual, los demás llegaban tarde. Patadas a mansalva y el de Arguineguín posando en cada jugada. Era como ganar el concurso de dibujo sin necesidad de utilizar los colores más chillones.
Botas negras, pecho hundido y cabeza gacha. De Las Palmas a Mallorca. No va más. En la hora del patio los demás corrían luciendo gemelos. A mí me daba por hablar con el balón. Valerón aconsejaba con su paso lento no fijarse en las piernas y sí en el interior. Ahí es dónde él se tiraba una foto con una sonrisa y jugaba para girar, mejorar lo presente y divertirse.
Llegó la pubertad, y el Atlético de Madrid. Os aseguro que no es fácil. Acné y descenso. Como para invitar a alguna amiga al cine. Como achicar en Titanic. Pero con alguna sinfonía de violín para el recuerdo. El contexto no ayudaba y Juan Carlos seguía siendo el rey. Su tronío era de los que marcan leyenda en la derrota, pero de los que guardan hueco para conquistas mayores.
Y así llegó el Depor y me eché mi primera novia. Allí los dos coincidimos en una pretemporada. Él jugaba una conservación de balón con Tristán y Djalminha, porque los demás sólo podían admirar. Yo reflexionaba en la banda lo jodido que debía ser entrenar con esos tipos, y lo espectacular de trabajar para ellos en grandes escenarios. Y fueron unos cuantos.
Valerón salía aplaudido de todos. Explicaba lo que llevaba dentro con los pies. Su alma era pura. Los compañeros le adoraban, los rivales le agasajaban y tuvo la gran fortuna de que lo más mediático le aburría. Volvió a casa sin necesidad de estatuas de oro. Con los bolsillos llenos de palabras mágicas y preparado para un último baile de amarillo.
Ahí nos volvimos a encontrar. Conversamos más sin micro que en plena entrevista. Sin focos y a la luz de la verdad. Con el mismo tono de voz que proyecta mucho más de lo que quiere. Fue y sigue siendo mi ídolo. Yo siempre quise ser Valerón.
Héctor Ruiz – Sphera Sports
Foto – IAGO LOPEZ/AFP via Getty Images